31 octubre 2011

Llegó la muerte

Nunca había visto a la muerte tan cerca...y sin embargo no fue a mí a quien visitó ese día. Estaba al lado de Lola con un semblante gris y poco amable, invasiva, despreciable. Supongo que la muerte misma estaba cansada de la dura pelea que había mantenido contra la resistencia y voluntad de Lola, había muchos años de vida que quizá le pesaban entre las manos para llevársela tan rápido como desearía.

Esa tarde me olvidé por completo de sonreír, el dolor en que se revolcaba mi abue me llenó de impotencia, de limitación humana, de intranquilidad. Sólo podía tomar su carita entre mis manos y llenarla de besos, hablarle al oído para recordarle todas esas cosas buenas que solíamos hacer, compartir y que cada una conservaba en el corazón. Nada me pesó tanto como sentir sus manos débiles, ver sus ojos cansados tras horas sin sueño, su piel con marcas del dolor, y yo con la única posibilidad de resignarme al ciclo de la vida.

Supe en algún momento de mi infancia que Lola y todos los que quiero y no quiero- tendrían un final en esta vida o en esta tierra, se presentaría tarde o temprano, ahora quiero suponer que fue en un buen momento justo cuando comienzo a entender que las cosas no suceden tal como uno quiere y espera. Pero finalmente se es vulnerable y terriblemente inexperto para enfrentar la fuerza con que la muerte se arroja contra los que están a nuestro alrededor. Ésta sea quizá la razón por la que me cuesta todavía creer que mi Lola no estará del otro lado del teléfono, que no estará preparándose para celebrar su próximo cumpleaños con el ánimo de toda la vida, y que este día de muertos será ella la protagonista y no un espectador más en la ofrenda de la casa.

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... y entonces buscamos un camino.

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