01 mayo 2010

No sé qué...

Lola tiene cáncer y no sé qué pensar. En algún momento me hice a la idea de que eso era un hecho, justo antes de que se lo diagnosticaran; ahora es distinto, no sólo es mi idea. Un papel bastó para saber esta noticia, unas líneas médicas, algo tan grande en tan poco espacio y en tan pocas letras. No sé qué sentir. Guardo silencio e imagino a mi abue entrando a mi recámara como acostumbra siempre, diciendo en voz baja y chistosa algún tipo de oración imperativa: ya duérmete. Acaricia sus labios y su lengua los moja rápidamente, sus manos son rígidas por la extraña e inoportuna artritis que las envuelve, su cabello en blanco es parecido al de mis muñecas…vulnerable y muy delgado. Ella entera se mueve bajo su propio pie y, mejor aún, bajo sus propias ideas y deseos. Tiene esa tendencia a reírse conmigo por estupideces, de contarme su pasado y de llenarme de consejos. Mientras me habla sus ojos expresan emociones que sólo ella ha podido experimentar en su larga vida, casi nunca se queja y por el contrario prefiere mandarnos a la chingada de la manera más atinada y menos molesta para uno. Ella es tan auténtica y radiante que poco puedo imitarle a esta edad. No sé qué decir. Sólo dejo derramar una lágrima en este cuarto, pensando en que aquel ser de brazos cálidos simplemente está enfermo y en mis manos no hay mucho qué hacer al respecto. Derramo una lágrima más. La serie de cosas que hemos hecho juntas pasan por mi mente uno a uno, somos cómplices de nuestros secretos, de nuestra relación única y transparente. Y siento que los dedos de las manos no me alcanzan para enumerar lo que hemos compartido, las letras no son suficientes para agradecer lo mucho que me ha enseñado. Entonces comienzo a llorar… porque un día simplemente dejará de estar aquí parada en mi cuarto, viendo que escribo –como hoy, a media noche- y pidiéndome que vaya a dormir.

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... y entonces buscamos un camino.

... y entonces buscamos un camino.